A las personas refugiadas que viven en España les cuesta más llegar a la universidad. Se enfrentan a lo que Annalisa Maitilasso, del departamento de Incidencia y Educación para la Ciudadanía Global del comité español de Acnur, llama barreras de acceso. Las hay asociadas a sus circunstancias: acumulan una carga emocional grande por haber tenido que abandonar a la fuerza su casa y su familia. Otras son imputables a los países de acogida: Maitilasso señala la importancia de tener en cuenta la diversidad de los refugiados, pues existe una tendencia a encaminarlos hacia una formación profesional básica o a cursos para cuidar a mayores o manipular alimentos sin contar con sus aspiraciones y titulaciones. También hay barreras formales: la homologación de los títulos obtenidos en sus países de origen resulta costosa y larga. Sumado a que algunos no manejan el idioma ni conocen la cultura… Todo esto sitúa la cifra de matriculación en estudios superiores de este colectivo a escala mundial en un 7%, según la Unesco.
Pero también existen oportunidades y se están produciendo avances. De las 86 universidades existentes en España entre públicas y privadas, el 42% (36) cuenta con un programa o una oficina de atención a los refugiados, según un mapeo realizado por Acnur, un número que ha ido creciendo con los años. El programa DAFI, de Acnur, concedió 9.000 becas el año pasado a refugiados de 50 países, 900 ayudas más que el año anterior. El objetivo del programa DAFI es que la cifra de refugiados matriculados en estudios superiores pase del 7%, según datos de 2023, al 15% en 2030.
Maitilasso destaca que la universidad hace mucho bien a los refugiados más allá de la evidente formación. “Supone colmar las aspiraciones y la vocación de estas personas”, recuerda la experta. También señala que es una experiencia fundamental para que sanen las heridas que les ha provocado el desplazamiento forzoso, para construir algo nuevo en el país de acogida, para reorientar su vida profesional y emocional. “Esto es lo que nos transmiten ellos cuando les preguntamos”, cuenta. Algunos de estos refugiados encuentran una motivación concreta y poderosa para proseguir con los estudios después de haber visto su vida congelada por meses o por años. “Vuelven a encarrilar sus aspiraciones, sus sueños”, añade.
Hay quien ha vivido guerras que no puede creer y se hace preguntas. Como Zahraa Jabbar (Bagdad, Irak. 24 años), que acaba de graduarse en Relaciones Internacionales por IE University (Madrid). Abandonó su país cuando empezó la guerra en 2003 y se refugió con su familia en Yemen, donde se originó otro conflicto armado en 2014 que la obligó a huir de nuevo. Tras pasar por Grecia recaló en España. Consiguió una beca para estudiar y “para así poder cambiar las cosas”, explica como motivación para ir a la universidad. “Siempre me he preguntado cómo funciona la política, cómo es la historia de mi país y de Europa. Por eso estudio, para encontrar respuestas”, afirma Jabbar, que vive en una residencia de estudiantes. Tras obtener un nueve en la carrera, va a empezar este año un máster también en el IE University. “Necesito entender todavía más cómo funciona el mundo para hacer algo por los refugiados como yo”, insiste Jabbar, que canaliza su activismo y su frustración a través de la pintura. “Pinto cosas oscuras sobre la guerra, sobre cosas que todavía no puedo cambiar”, cuenta. “Pero mis sueños son muy altos”, añade con optimismo.
A la formación que estas personas adquieren en la universidad –y que favorece su inserción laboral–, se le suma la capacidad de socialización, afirma Maitilasso. “Se trata de una experiencia de inclusión entre pares muy beneficiosa”, describe de forma más técnica. Así lo refleja Bienvenu Iradukunda (Masisi, República del Congo. 30 años), que destaca cómo le ayudó a formar parte de la “comunidad española” su paso por la Universidad de Barcelona (UB). Iradukunda se vio obligado a abandonar su país en 2006 y solicitar asilo en Ruanda, donde se graduó en Economía con la ayuda de una beca de Acnur. Tras un año y ocho meses en España, solo le queda el trabajo final para terminar el máster en Economía y Negocios en la UB. Su intención es la misma que Jabbar: “Ayudar a otros refugiados”, afirma. Iradukunda trabaja en la fundación Solidaridad de la UB. Asiste a estudiantes extranjeros que quieren matricularse en alguna carrera o máster. Ha hecho amigos del Congo en Barcelona también.
Algunos de estos desplazados forzosos tratan de recuperar en su país de acogida la vida pasada que tenían. Pero el proceso de homologación de títulos, necesario para desempeñar algunos trabajos, se puede alargar. Se debe pasar un examen y pagar unas tasas. Maigualida Cuenca (Caracas, Venezuela. 43 años), licenciada en Odontología, todavía no ha podido ejercer su profesión en España, a donde llegó en 2016. Se trata de una prueba muy exigente, algo que Cuenca achaca a que hay muchos odontólogos en España. “Con los médicos es diferente, mi hermano es médico y rápidamente pudo homologar su título”, explica. Su licenciatura de Venezuela sí le ha servido para seguir formándose. Estudió un máster de Ciencias Odontológicas en la universidad Complutense de Madrid para aumentar las probabilidades de que le homologuen el título de Venezuela y así poder desempeñarse como dentista en Madrid. Mientras tanto, ha cursado una formación profesional de higienista para trabajar en el sector y así ir abriéndose paso.
Hay quien ha vivido guerras que no puede creer y se hace preguntas. Como Zahraa Jabbar (Bagdad, Irak. 24 años), que acaba de graduarse en Relaciones Internacionales por IE University (Madrid). Abandonó su país cuando empezó la guerra en 2003 y se refugió con su familia en Yemen, donde se originó otro conflicto armado en 2014 que la obligó a huir de nuevo. Tras pasar por Grecia recaló en España. Consiguió una beca para estudiar y “para así poder cambiar las cosas”, explica como motivación para ir a la universidad. “Siempre me he preguntado cómo funciona la política, cómo es la historia de mi país y de Europa. Por eso estudio, para encontrar respuestas”, afirma Jabbar, que vive en una residencia de estudiantes. Tras obtener un nueve en la carrera, va a empezar este año un máster también en el IE University. “Necesito entender todavía más cómo funciona el mundo para hacer algo por los refugiados como yo”, insiste Jabbar, que canaliza su activismo y su frustración a través de la pintura. “Pinto cosas oscuras sobre la guerra, sobre cosas que todavía no puedo cambiar”, cuenta. “Pero mis sueños son muy altos”, añade con optimismo.
A la formación que estas personas adquieren en la universidad –y que favorece su inserción laboral–, se le suma la capacidad de socialización, afirma Maitilasso. “Se trata de una experiencia de inclusión entre pares muy beneficiosa”, describe de forma más técnica. Así lo refleja Bienvenu Iradukunda (Masisi, República del Congo. 30 años), que destaca cómo le ayudó a formar parte de la “comunidad española” su paso por la Universidad de Barcelona (UB). Iradukunda se vio obligado a abandonar su país en 2006 y solicitar asilo en Ruanda, donde se graduó en Economía con la ayuda de una beca de Acnur. Tras un año y ocho meses en España, solo le queda el trabajo final para terminar el máster en Economía y Negocios en la UB. Su intención es la misma que Jabbar: “Ayudar a otros refugiados”, afirma. Iradukunda trabaja en la fundación Solidaridad de la UB. Asiste a estudiantes extranjeros que quieren matricularse en alguna carrera o máster. Ha hecho amigos del Congo en Barcelona también.
Algunos de estos desplazados forzosos tratan de recuperar en su país de acogida la vida pasada que tenían. Pero el proceso de homologación de títulos, necesario para desempeñar algunos trabajos, se puede alargar. Se debe pasar un examen y pagar unas tasas. Maigualida Cuenca (Caracas, Venezuela. 43 años), licenciada en Odontología, todavía no ha podido ejercer su profesión en España, a donde llegó en 2016. Se trata de una prueba muy exigente, algo que Cuenca achaca a que hay muchos odontólogos en España. “Con los médicos es diferente, mi hermano es médico y rápidamente pudo homologar su título”, explica. Su licenciatura de Venezuela sí le ha servido para seguir formándose. Estudió un máster de Ciencias Odontológicas en la universidad Complutense de Madrid para aumentar las probabilidades de que le homologuen el título de Venezuela y así poder desempeñarse como dentista en Madrid. Mientras tanto, ha cursado una formación profesional de higienista para trabajar en el sector y así ir abriéndose paso.
Hay quien ha vivido guerras que no puede creer y se hace preguntas. Como Zahraa Jabbar (Bagdad, Irak. 24 años), que acaba de graduarse en Relaciones Internacionales por IE University (Madrid). Abandonó su país cuando empezó la guerra en 2003 y se refugió con su familia en Yemen, donde se originó otro conflicto armado en 2014 que la obligó a huir de nuevo. Tras pasar por Grecia recaló en España. Consiguió una beca para estudiar y “para así poder cambiar las cosas”, explica como motivación para ir a la universidad. “Siempre me he preguntado cómo funciona la política, cómo es la historia de mi país y de Europa. Por eso estudio, para encontrar respuestas”, afirma Jabbar, que vive en una residencia de estudiantes. Tras obtener un nueve en la carrera, va a empezar este año un máster también en el IE University. “Necesito entender todavía más cómo funciona el mundo para hacer algo por los refugiados como yo”, insiste Jabbar, que canaliza su activismo y su frustración a través de la pintura. “Pinto cosas oscuras sobre la guerra, sobre cosas que todavía no puedo cambiar”, cuenta. “Pero mis sueños son muy altos”, añade con optimismo.
A la formación que estas personas adquieren en la universidad –y que favorece su inserción laboral–, se le suma la capacidad de socialización, afirma Maitilasso. “Se trata de una experiencia de inclusión entre pares muy beneficiosa”, describe de forma más técnica. Así lo refleja Bienvenu Iradukunda (Masisi, República del Congo. 30 años), que destaca cómo le ayudó a formar parte de la “comunidad española” su paso por la Universidad de Barcelona (UB). Iradukunda se vio obligado a abandonar su país en 2006 y solicitar asilo en Ruanda, donde se graduó en Economía con la ayuda de una beca de Acnur. Tras un año y ocho meses en España, solo le queda el trabajo final para terminar el máster en Economía y Negocios en la UB. Su intención es la misma que Jabbar: “Ayudar a otros refugiados”, afirma. Iradukunda trabaja en la fundación Solidaridad de la UB. Asiste a estudiantes extranjeros que quieren matricularse en alguna carrera o máster. Ha hecho amigos del Congo en Barcelona también.
Algunos de estos desplazados forzosos tratan de recuperar en su país de acogida la vida pasada que tenían. Pero el proceso de homologación de títulos, necesario para desempeñar algunos trabajos, se puede alargar. Se debe pasar un examen y pagar unas tasas. Maigualida Cuenca (Caracas, Venezuela. 43 años), licenciada en Odontología, todavía no ha podido ejercer su profesión en España, a donde llegó en 2016. Se trata de una prueba muy exigente, algo que Cuenca achaca a que hay muchos odontólogos en España. “Con los médicos es diferente, mi hermano es médico y rápidamente pudo homologar su título”, explica. Su licenciatura de Venezuela sí le ha servido para seguir formándose. Estudió un máster de Ciencias Odontológicas en la universidad Complutense de Madrid para aumentar las probabilidades de que le homologuen el título de Venezuela y así poder desempeñarse como dentista en Madrid. Mientras tanto, ha cursado una formación profesional de higienista para trabajar en el sector y así ir abriéndose paso.