Joan Monrás es asesor de investigación en el Banco de la Reserva Federal de San Francisco y profesor de economía en la Universidad Pompeu Fabra (en excedencia). Antes de mudarse a San Francisco estuvo en la Universidad de Princeton y fue profesor de economía en el Centro de Estudios Monetarios. También es investigador afiliado en el Centro de Investigación Económica y Política y profesor asociado en la Barcelona School of Economics (en excedencia). Monràs obtuvo su doctorado en Economía en la Universidad de Columbia en 2014, tiene un máster en Economía por la Universidad Pompeu Fabra, un Master en Relaciones Internacionales por la London School of Economics y es licenciado en matemáticas por la Universidad de Barcelona.
La investigación de Joan Monrás se centra en entender la movilidad laboral, especialmente geográfica, y cómo esto contribuye al equilibrio espacial. Su investigación se inscribe dentro de las áreas de economía laboral, economía urbana, y comercio internacional. Su análisis es predominantemente empírico, aunque suele usar modelos para guiar sus trabajos o para cuantificar la importancia de sus investigaciones y estudiar contrafactuales. El 4 de octubre recibirá en Oviedo el Premio Fundación Banco Sabadell a la Investigación Económica
-¿Qué supone para usted haber recibido el XXII Premio Fundación Banco Sabadell a la Investigación Económica?
-Me hace mucha ilusión, pero casi impresiona más ver los que lo recibieron antes que yo. Estoy en muy buena compañía y espero estar a la altura.
-¿Decir que la inmigración reduce necesariamente los salarios es simplificar una cuestión demasiado compleja?
-Si. La inmigración puede llegar a bajar los salarios si nada más cambia. Si, de repente, en una economía lo único que se altera es que añades más trabajadores y nada más, entonces puede que bajen los salarios. Pero como esto nunca sucede, decir eso es simplificar enormemente. Incluso en una economía donde no cambia nada más, pero añades trabajadores de un tipo y no de otro, los profesionales que se emplean en cosas diferentes que los inmigrantes salen ganando. A largo plazo las economías se ajustan y los efectos que puede haber en este sentido tienden a disiparse bastante rápido.
-¿Cómo ha afectado la globalización a las migraciones?
-Es parte de un mismo fenómeno. El mundo estaba muy abierto a los movimientos, tanto de bienes como de personas, a finales del XIX y principios del XX. Luego se sucedieron las guerras mundiales y distintos tipos de políticas en EEUU y Europa, que hicieron que los países estuviesen menos permeables, tanto al comercio internacional como a las migraciones, cosa que empezó a cambiar a finales de los 70 y los 80. No sé si influye más la globalización en la inmigración o las políticas de apertura que llevaron a este incremento.
-Asturias es una región que, en esencia, experimenta una migración interna desde las alas al centro ¿Qué retos plantea ese éxodo interno en las urbes de acogida?
-Yo me situaría un paso antes. Las migraciones, tanto internas como internacionales, tienden a ser un proceso de movimiento de personas desde el campo o las zonas rurales a las ciudades, que ha seguido el progreso tecnológico en agricultura, y el hecho de que ahora producimos manufacturas y servicios en las ciudades y estos se generan de manera más eficiente en las grandes urbes, por poner un ejemplo. Pongamos servicios como la sanidad. Si hay un importante número de gente se puede plantear construir un hospital, mientras que tener un médico que se desplace de pueblo a pueblo puede resultar más costoso. Este movimiento de personas a las ciudades es algo muy natural.
-¿Qué efectos tiene la inmigración, tanto interna como externa, en un mercado como por ejemplo en el de la vivienda, muy sujeto a fluctuaciones?
-Obviamente si va llegando gente, esas personas precisan de espacio para vivir, desarrollo de barrios y vivienda. Lo que ocurre es que no siempre las ciudades han estado abiertas a expandirse de esta manera. Lo han estado en momentos históricos, pero los residentes de las propias ciudades pueden ponerle ciertos límites al mercado de la vivienda porque esto puede ayudarles a tener precios más altos. El construir más hace que, de alguna manera, los precios de las casas de los propietarios suban menos. La gente en las ciudades tiene incentivos fuertes para limitar la construcción y limitar el desarrollo de ciertas áreas, cuando a gente que le gustaría encontrar oportunidades en ciudades paga este coste en forma de peores viviendas.
-¿Puede una sociedad envejecida y con una población que disminuye progresivamente como la asturiana plantearse sobrevivir sin la inmigración?
-Solamente si asume ciertos costes. Una cosa que no siempre se entiende de la inmigración es que cuando la sociedad recibe inmigrantes suele ser un cambio permanente hacia gente más joven. Y es que los inmigrantes tienden a llegar a los países de acogida cuando tienen 20, 30 ó como máximo 40 años. Una proporción, que dependiendo del periodo y del sitio puede ser más o menos alta, vuelve a sus países de origen. Es decir, llegan cuando empiezan a trabajar y se van cuando llegan a la mediana edad, más o menos. Un país que recibe continuamente inmigración es un país que tendrá de manera permanente una distribución poblacional más joven. Esto ha pasado en EEUU en varios periodos. Países en los que se ponen límites a la inmigración, caso de Japón, hacen que la distribución de la población se vaya hacia la gente mayor, con los problemas que esto puede tener para la financiación de las pensiones, de la sanidad pública y de otros muchos aspectos.